Ahora que ya pasó la algarabía de la celebración de las bodas de
oro de Rayuela de las que —como buen
cronopio estoy convencido— Cortázar hubiera hecho su fiesta particular
abominando de las oficialistas, creo que es un buen momento para volver sobre
este libro mágico.
El adjetivo no es casual y se explicará más adelante.
Como también sé —igual que sabían Oliveira y la Maga— que las
casualidades no existen, a veces me da por inventarlas, como si hubiera pocas,
como si fueran necesarias más coincidencias.