Procúrese un mapamundi.
No será imprescindible que esté actualizado. Pidamos lo posible: la primavera
de mayo queda demasiado lejana y no le será de utilidad en este caso.
Eche un rápido
vistazo a las calles. Tenga cuidado. No es necesario ni aconsejable abrir las
ventanas. Tampoco encienda la luz. Bastará con que corra un poco la cortina, lo
suficiente para comprobar que el camino está despejado.
Diríjase a las
escaleras. No se le ocurra utilizar el ascensor. Las bombas suelen estropear
las instalaciones eléctricas. Camine con la espalda pegada a la pared,
lentamente sin descuidar la retaguardia.
Baje mirando el piso anterior según baja —despacio, recuerde, despacio—
al siguiente.
Mire de nuevo hacia
la calle. ¿Todo bien? ¿Algo raro? Perfecto. Da igual, vuelva a mirar. Compruébelo.
Tiene que asegurarse. Nunca se sabe. No es la primera vez que todo parece
normal y, cuando menos te lo esperas, una bala perdida, trozos de metralla.
Quién sabe. ¿Quién puede estar seguro? Usted, usted debe estarlo. Nada pierde
con volver a mirar.
Recuerde que está
en un hotel. No olvide que aunque usted esté aquí para proteger a los civiles,
a ellos les da igual. Para ellos, para los de ambos bandos, usted es
extranjera. No les importa cuántas vidas haya salvado hasta ahora: sigue siendo
un efecto secundario de la invasión.
Salga. Corra. Esos
niños, ¿de dónde salen? No piense. Corra. Tírese, tírelos al suelo. Cuerpo a
tierra. No piense. Claro que no merecen morir. No tenga miedo. Nunca.
Finalista del I Concurso de Microrrelatos de
Amnistía Internacional Valencia 2011.
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