17 ene 2013

Arenga inopinada y “La derrota”, de Ángel Olgoso




   Como habíamos reseñado en un post anterior, el 15 de noviembre de 2012, pudimos asistir a la presentación, en Granada, de Mar de pirañas, la antología de Fernando Valls.

   Oír hablar a un especialista sobre el Microrrelato es siempre un regalo, pero si, además, a eso le sumamos la suerte de escuchar la lectura en alto de algunos de esos texto leídos por quienes participaron en dicha obra, la noche es de lo más completa (las copas y la plática llegaron después).

   Jesús Ortega, Miguel Ángel Cáliz, Andrés Neuman (que se introdujo en el cuerpo de Jesús Ortega, y casi nadie se dio cuenta, o sí), Antonio Dafos (dentro del cuerpo de Antonio Dafos), y el protagonista de este post, Ángel Olgoso.



  Como siempre que tengo que decir algo sobre Ángel Olgoso, me extiendo más allá de la cuenta, y eso me sucede porque creo que decir, simplemente, que es el mejor escritor del mundo y desde hace y por muchos años, tal vez parezca poco.

   En definitiva, Ángel Olgoso no sólo nos deleitó con la lectura de sus textos sino que, de propina, nos regaló unas palabras como incipit a sus cuentos: una, según sus palabras, arenga inopinada. O, según las mías, ideas claras, necesarias y bien escritas. Estás son:

Con vuestro permiso, con voz temblorosa de pato agonizante y el vello de punta como púas de aterrorizado histrícido, paso a leer dos de los cinco textos que Fernando Valls tuvo la generosidad de seleccionar para esta valiosa y peculiar antología.
El siguiente relato, La derrota, que tenía un claro protagonista cuando lo escribí hace diez años, por desgracia puede ser interpretado de manera distinta en los sombríos tiempos actuales si ampliamos su posible sujeto a los nuevos señores feudales, a la inepta,  corrupta e ignominiosa casta política, a las aves de rapiña, a la Involución Española —reverso tenebroso de la Revolución Francesa— con unos pocos esparciendo miedo, amargura y postración y levantando cada semana guillotinas para muchos, a las perversas mafias financieras, a los parásitos, a los especuladores, al club Bilderberg, a la iniquidad de esas malas hierbas llamadas orobancas, mata-legumbres o espárragos de lobo que crecen sobre raíces ajenas, a los déspotas, a los deshauciadores, a los nuevos esclavistas que, borrachos de sangre y poder, se ensañan con las necesidades básicas de la gente, con su bienestar, con su alegría, impregnando las almas y el aire de un deje de vileza, a esa canallesca y genocida minoría de poderosos que tienen la misma sensibilidad que un pepino de mar y la misma humanidad que un sacapuntas, podemos sentir un aguzamiento doloroso si atribuimos el motivo del relato, en definitiva, a la insaciable codicia humana.


Dibujo de  © El Mogwai  http://octophiliac.wordpress.com



La  Derrota

  
Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta  y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella -ávida, arrogante, burlona- cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento -es vieja y seca-, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace.

© Ángel Olgoso



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