Desperté
con un apetito atroz e inaplazable; me dirigí a la cocina: el refrigerador
estaba vacío; de una alacena obtuve un libro con docenas y docenas de
sabrosísimas recetas; de inmediato lo herví en la olla a presión y luego puse
la mesa dispuesto a darme un suculento banquete con sus páginas.
(El cuento. Mayo-junio 1985. Tomo XIV-Año XX. Número 93. Pág. 685)
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