Balbuceaba las letanías mientras paseaba por el claustro, sabía que
antes del último arco se encontraría con Luzbel, el gato negro del
monasterio, que cada noche le sonreía al verle entrar con ciertas prisas en la
capilla para el último rezo.
—De qué se reirá este cabrón si yo le entregué mi alma a Dios.
Lo que fray Anselmo no sabía es que Dios perdió todas las almas una noche
de partida y copas.
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